domingo, 6 de septiembre de 2015
Dinamita Cerebral
Si la literatura sólo sirviese para entretener a los desocupados y para hacer reír a los satisfechos, no apreciaríamos el trabajo de un escritor en más de lo que apreciamos las bufonadas de un payaso.
Este nos divierte un momento, mientras que el escritor ejerce una influencia poderosa en nuestra manera de sentir y de pensar. Nada en el mundo produce una impresión tan duradera e influyente como la palabra escrita; y su importancia crece a medida que la industria facilita progresivamente los medios de reproducción y propagación de los papeles impresos.
Todos en la juventud hemos tenido nuestros autores predilectos, que han marcado una orientación decisiva en nuestra vida intelectual, moral y artística.
Terminó el escritor hace años el libro en que puso lo mejor de su personalidad; dedicó luego su atención a otras cosas; tal vez ya murió; pero su libro ha quedado, y personas que él no conoció, personas que no le conocieron, continúan experimentando las emociones que allí grabó su arte, sean de consuelo o de reflexión, de esperanza o de sufrimiento, de bondad o de horror.
Se realiza en esto como una especie de transmisión de herencia, para optar a la cual no se requieren derechos de primogenitura, sino afán de saber y capacidad para comprender. Jamás ningún otro legado se repartió con mayor justicia ni dio a los herederos más preciosas riquezas.
Hubo siempre artistas y escritores asalariados y tuvieron sus defensores en el mundo de las letras todas las regresiones de la historia y todas las violencias, maldades y suciedades; pero, por fortuna, nunca las meretrices de la inteligencia llegaron a las alturas del arte sublime de los grandes maestros; porque si también los mercenarios pueden dominar la técnica y pulir las expresiones, en cambio tienen vedado el noble arranque de la espontaneidad y les falta la grandeza del pensamiento que es bello porque es verdadero y que llega al corazón porque es hermosamente humano.
Aquellos mismos cuya lozana juventud floreció en bellezas literarias pletóricas de vida y de pasión, apenas pudieron producir obras amaneradas y sin fondo cuando, después de haber aceptado el plato de lentejas, quisieron agradar a los poderosos y justificar su lastimosa caída desde las cumbres de los ideales al lodazal de las villanas conveniencias.
No reina el servilismo en aquellas alturas. La inteligencia del hombre naturalmente busca la verdad y el corazón espontáneamente se dirige al bien. Así se explican los preciosos y constantes servicios de la literatura en pro de los más sublimes ideales de la humanidad.
Esto no es decir que los grandes artistas, pensadores y escritores de diferentes épocas y países tengan todos el mismo credo, profesen iguales doctrinas o pertenezcan al mismo partido, ni mucho menos.
Léanse los nombres de los autores que se han reunido en este libro y se verá que muchos van por caminos diferentes, que tal vez sean contrarios entre sí; pero todos se encuentran en la alta cima. Hay algo que está en todos y más alto que todos.
Cada uno tendrá sus opiniones y su particular historia; sin embargo, todos convienen, más que en el pensamiento, en el sentimiento, en lo profundamente humano. Concuerdan todos en la protesta contra la injusticia.
Se ha coleccionado en este volumen un pequeño número de cuentos como podrían reunirse docenas y centenares de magníficas obras literarias que justificarían más y más el título de DINAMITA CEREBRAL, inventado por José Llunas, antiguo internacional y editor del semanario catalán La Tramontana, como oposición a la violencia sistemática de los dinamiteros.
El arte es revolucionario, el pensamiento es revolucionario, el corazón del hombre es revolucionario; y así será mientras la tiranía sea monstruosa, mientras se funde en el error y mientras sus obras sean malvadas e injustas, que es como decir mientras la tiranía exista en cualquiera de sus formas. Si en algo han contribuido a la gran obra de la emancipación integral humana y al esclarecimiento de las conciencias, quedarán satisfechos los que publican este libro buscando más la divulgación de las ideas que los materiales beneficios.
Juan Mir (Prólogo original 1913)
Contenido:
1. ¡Sin trabajo! (Émile Zola)
2. Los dos hacendados (Magdalena Vernet)
3. El culto de la verdad (A. Strindberg)
4. El nido de águila (Henrik Pontoppidan)
5. El hurto (F. Pí y Margall)
6. El Cuervo (Pi y Arsuaga) 7. Escrúpulos (Octavio Mirbeau)
8. El Ogro (Ricardo Mella)
9. El Central Consuelo (Ramiro de Maeztu)
10. La Prehistoria (J. Martínez Ruiz Azorín)
11. La Justicia (Carlos Malato)
12. ¿Será eterna la injusticia? (Anselmo Lorenzo)
13. La Justiciera (Bernard Lazare)
14. Coloquio con la vida (Máximo Gorki)
15. Un cuento de año nuevo (Anatole France)
16. — In vino veritas (José Prat)
17. La casa vieja (F. Domela Nieuwenhuis)
18. El asunto Barbizette (Jacobo Constant)
19. Matrimonios (Julio Camba)
20. Jesucristo en Fornos (Julio Burell)
21. La Gloria Militar (Alfonso Kan)
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