lunes, 28 de septiembre de 2015

Historia de la Asociación Internacional de Trabajadores A.I.T

En 1864, con ocasión de una exposición internacional en Londres, obreros ingleses y franceses se reunieron en la sala San Martín con la idea de realizar la unión estrecha entre los obreros de todos los países. Se formó un comité con la misión de redactar un programa y los estatutos para la Unión Internacional.

Como miembro de ese Comité fue elegido, entre otros, Carlos Marx, que tomaba parte en los trabajos de la Unión El primer congreso internacional regular tuvo lugar del 3 al 8 de septiembre de 1866, en Ginebra. En aquel congreso quedo constituida definitivamente la organización internacional, que adoptó el nombre de Asociación Internacional de los Trabajadores (A.I.T.), A la cabeza de la A.I.T. se hallaba el Consejo General, cuya misión era asegurar el lazo de unión entre las diversas secciones de la organización.

Como objetivo de la A,I.T., el programa especificaba la emancipación económica de la clase obrera. Los estatutos dejaban a cada sección una completa independencia, así como la libertad de entrar directamente en relaciones con el Consejo General. El segundo congreso tuvo lugar en Lausana, del 2 al 7 de septiembre de 1867. 


En el tercer congreso celebrado en Bruselas, del 6 al 13 de septiembre de 1868, fue designada la huelga general como el único medio de impedir la guerra y de asegurar la paz. El cuarto congreso se celebró en Bruselas, del 6 al 13 de septiembre de 1869. En ese congreso empezaron las grandes discusiones entre Marx y Bakunin. El primero preconizaba el centralismo, el parlamentarismo y la acción política como medios de lucha. El segundo predicaba el antiestatismo y el federalismo. Fue en ese congreso donde se vio por primera vez el gran éxito de la idea federalista y la importancia de las uniones obreras. Allí fue donde se afirmó la idea de la anulación del Estado y de reemplazarlo por las uniones de productores. Los comienzos de Bakunin en la Internacional fueron un éxito, así como la influencia creciente del ala antiautoritaria, federalista. Esta era peligrosa para Marx y sus partidarios. 

Entonces empezó todo un juego de intrigas contra los federalistas que llegó a la disolución de la sección de Ginebra. La sede del Consejo General se hallaba en Londres y estaba bajo la influencia de Carlos Marx. En 1870 no hubo congreso, a causa de la guerra. En 1871, el Consejo General convocó en Londres, una conferencia cerrada, a la cual fueron invitados y estuvieron presentes sobre todo delegados partidarios de Carlos Marx y del Consejo General. 

Los belgas, los españoles y los italianos se inclinaban, con Bakunin, hacia el federalismo. Las organizaciones del Jura no estaban presentes en la conferencia. La invitación fue hecha de tal forma que los partidarios del Consejo General se hallaron en mayoría. La conferencia fue utilizada por Carlos Marx para declarar obligatoria la acción parlamentaria, rechazada por el lado latino. Eso aconteció por medio de la votación y la adopción de la resolución siguiente:

Visto que el proletariado, como clase, no podría alzarse contra la violencia colectiva de las clases poderosas de otra manera que constituyéndose en un partido político particular, en la lucha contra todos los viejos partidos de las clases burguesas; que la constitución del proletariado en un partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la revolución social y de su objetivo final, la abolición de las clases; que la unión de las fuerzas de los trabajadores, que fue ya lograda con ayuda de las luchas económicas, tendrá que servir también como palanca para las masas de esta clase en su lucha contra el poder político de los explotadores, la conferencia declara a los miembros de la Internacional que, en vista del estado de guerra en el cual se encuentra la clase obrera, su acción económica y política están ligadas de manera inseparable.

Conforme a esto, la potencia del Consejo General aumentó. Se apropió un poder autoritario vis a vis de las secciones, con el objeto de velar por la doctrina, El lado latino, que se erguía contra el centralismo y el parlamentarismo, tenía que ser descartado. De esta manera se incrustó una cuña en la Internacional, cuña que finalmente acarrearía una escisión provocada directamente por Carlos Marx en el Quinto Congreso celebrado en La Haya, del 2 al 7 de septiembre de 1872.

Los partidarios de Marx disponían de 40 votos, los federalistas sólo de 25. Esta proporción desigual de votos fue el resultado de una maquinación de Marx. Tomó todas las  disposiciones para que los delegados de Alemania, en donde se hallaban sus partidarios, viniesen en crecido número al Congreso. Así fue fabricada una mayoría marxista. El congreso de La Haya aprobó las decisiones de la conferencia de Londres. La fuerza del  Consejo General aumentó todavía  y se introdujo en los estatutos de la Internacional un artículo sobre la necesidad de la acción política. El punto de vista de los federalistas, los del Jura a la cabeza, fue expuesto por James Guillaume. Precisó la diferencia entre marxistas y federalistas, declarando que los primeros buscaban conquistar el poder político por medio de la participación en las elecciones parlamentarias, mientras que los segundos trataban de destruirlo. Marx se aprovechó igualmente  de ese congreso para lanzar calumnias contra Bakunin, que no estaba presente. Fue formada una comisión compuesta  en su mayoría por partidarios de Marx, la cual aprobó la expulsión de Bakunin, de Guillaume, de Schwizguébel y otros más del seno de la Internacional. La expulsión de los dos primeros fue decidida a pesar de la declaración del presidente de la Comisión, el delegado alemán Cuno, en el sentido de que no había pruebas materiales contra los acusados. La minoría presentó, en la persona de Víctor Dave, una declaración diciendo  que tenía la intención de defender  dentro de la Internacional la autonomía federal.


De este forma, las pretensiones injustas y autoritarias de los marxistas trajeron la escisión de la Internacional.
Los federalistas organizaron entonces,a su vez, el Congreso de Saint-Imier, el 15 de septiembre de 1872, en el cual participaron todos los elementos antiautoritarios y federalistas de la Internacional. Toda el ala latina; de esta última estaba representada, particularmente las secciones del Jura, de Italia, de España, de Francia y dos secciones americanas. En ese congreso fueron formulados los principios  fundamentales del movimiento obrero libertario, que pueden servir como indicadores del camino al proletariado revolucionario de la época. Las resoluciones sobre la acción política, así como sobre las uniones profesionales y sus tareas se expresan de la manera siguiente:
Considerando que querer imponer al proletariado una línea de conducta o un programa  político uniforme como vía única que pueda conducirle a su emancipación social es una pretensión tan absurda como reaccionaria; que nadie tiene derecho de privar a las federaciones y secciones autónomas del derecho incuestionable de determinarse ellas mismas y de seguir la línea de conducta política que crean mejor y que todo proceder contrario conducirá fatalmente al más escandaloso dogmatismo; que las aspiraciones del proletariado deben tener como objetivo el establecimiento de una organización y de una federación económicas absolutamente libres, fundadas sobre el trabajo y la igualdad del todo independientes de todo gobierno político, y que esta organización y esta federación no pueden ser más que el resultado de la acción espontánea del proletariado mismo, gremio de artesanos y de comunas autónomas.
Considerando que toda organización política no puede ser más que la organización del poder en provecho de una clase y en detrimento de las masas, y que si el proletariado quisiera apoderarse del poder se convertiría en una clase dominante y explotadora, el Congreso reunido en Saint-Imier declara:
1º Que la destrucción de todo poder político es el primer deber del proletariado.
2º Que toda organización de poder político – aunque se suponga que es provisional y revolucionaria – destinada a efectuar esa destrucción no puede ser más que un engaño y será tan peligrosa para el proletariado como todos los gobiernos existentes hoy en día.
3º Que los proletarios de todos los países deben rechazar todo compromiso en el camino de la Revolución Social y deben establecer una intensa solidaridad de acción revolucionaria, al margen de toda política burguesa.

Dios y el Estado


El celebérrimo texto de Mijaíl Bakunin Dios y el Estado, es uno de esos libros cuyo influjo no se puede dejar de advertir. Todavía hoy resulta incontestable este "tratado" contra el principio de autoridad. Inconcluso, como casi todo lo que escribió. Con una nota sobre Rousseau que podría editarse como un texto aparte... Es un libro que hay que leer sí o sí.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Por la Patria

Después de cada hecatombe, en que miles de borregos constitucionalistas pierden la vida, Carranza levanta los ojos al cielo y dice con voz llena de santa unción patriótica: La Patria quiere sacrificios.
Huerta, al saber que en tal o cual combate han rendido su existencia miles de borregos federales, entorna la mirada y dice suspirando: Todo por la Patria.


Lo mismo dijo Iturbide cuando la borrachera de Pío Marcha lo llevó al trono; Santa Anna pronunció idénticas palabras cuando la borrachera de la plebe lo llevó a la dictadura; Bustamante profirió idénticas palabras cuando el último estertor de Guerrero se perdió en los jacales de Cuilapa; santiguándose como una cucaracha de iglesia, todo por la Patria, dijo Porfirio Díaz cuando su brutal lugarteniente cumplió al pie de la letra, esta sentencia de hiena: ¡Mátalos en caliente!; invocando a los espíritus balbuceó algo parecido aquel pobre idiota que se llamó Francisco I. Madero cuando las arenas de Rellano y de Conejos se enrojecieron con la sangre de maderistas y orozquistas; las mismas palabras abrieron paso a las balas que cortaron la estéril existencia de Madero y Pino Suárez ...
¡Todo por la Patria! ¡La Patria quiere sacrificios! Palabras estúpidas que han servido de pretexto para que legiones de brutos se rompan la cabeza.



Y bien, ¿qué es la patria? La patria es una mezcolanza de cosas, de ideas, de tradiciones, de prejuicios que muy pocos entienden, y, sin embargo, tal vez por ser incomprensible muchos son los que ponen la panza a las balas enemigas por defender eso que no conocen y que ningún beneficio les reporta.

La patria, se dice, es, en primer lugar, la tierra en que nacimos con la añadidura de las gentes que pueblan esa tierra, las leyes que rigen las relaciones de esos habitantes, las tradiciones comunes de la raza. Eso es la patria, y por eso miles de hombres pierden la vida.

El presidiario que consume su existencia en las penumbras del calabozo no puede decir que el presidio es su patria. Y los hombres que agonizan en el surco que no es suyo; los trabajadores que pierden la sangre en las fábricas ajenas; los mineros que socavan las minas de otros; todos los que trabajan para beneficiar al burgués, ¿qué patria tienen? Si la patria es la tierra en que nacimos, esa tierra debería ser de todos; pero no es así: esa tierra es la propiedad de unos cuantos, y esos pocos son los que ponen el fusil en nuestras manos para defender la patria. ¿No sería más lógico que, siendo ellos los dueños de la patria, fueran sus manos las que empuñaran el fusil y no las manos de los que no tienen más tierra que la que pueden recoger en los zapatos?

La patria, proletarios, es algo que no es nuestro, y, por lo mismo, en nada nos beneficia. La patria es de los burgueses, y, por eso, a ellos únicamente beneficia. La patria fue inventada por la clase parasitaria, por la clase que vive sin trabajar, para tener divididos a los trabajadores en nacionalidades y evitar, o al menos entorpacer por ese medio su unión en una sola organización mundial que diera por tierra el viejo sistema que nos oprime.

En los libros de las escuelas, la burguesía fomenta el patriotismo entre la niñez, sembrando así en los tiernos pechos el odio a las demás razas que pueblan el mundo. Las fiestas patrióticas abundan en todas las naciones del mundo; el culto a la bandera raya en fanatismo en todos los países; las tradiciones nacionales encuentran poetas y literatos que las narran, inflamando en los pechos de la gente soberbias insensatas, vanos orgullos de raza, pues esos literatos burgueses se dan maña para hacer entender que no hay raza más grande, más valiente, más inteligente que aquella a la que se dirigen. De esta manera la burguesía divide en razas y en nacionalidades a los habitantes de la tierra; y el trabajador ruso se considera más valiente que su hermano el trabajador francés, mientras el proletario inglés cree que no hay en la tierra un hombre como él; y el español, por su parte, se jacta de ser la obra más perfecta del mundo; y el japonés, el alemán, el italiano, el mexicano, los individuos de todas las razas, se consideran siempre mejores que los demás de las otras razas. De esta división profunda entre el proletariado de todas las razas se aprovecha la burguesía para dominar a sus anchas, pues la división por nacionalidades y razas impide que los trabajadores se pongan de acuerdo para derribar el sistema que nos ahoga.

El pobre no tiene patria porque nada tiene, a no ser su mísera existencia. Son los burgueses los únicos que pueden decir: esta es mi patria, porque ellos son los dueños de todo. Los pobres son el ganado encerrado en los grandes corrales llamados naciones, y ¡oh, ironía! a ese ganado se le obliga a defender la patria, esto es, la propiedad de los burgueses, y al caer por millares en los campos de batalla donde se deciden vulgares querellas de patrias de la política, gritan los jefes:Todo por la Patria.

Basta de comedias, hermanos proletarios. Cualquiera que sea la bandería política por la cual empuñáis las armas, recordad que siempre habéis sido la carne de cañón sacrificada en aras de esa cosa que no existe para vosotros: la patria. ¡Basta de farsas! Matad a Huerta, a Carranza, a Villa, a todo aquel que os hable de patria, de ley, de gobierno paternal, y, como hombres, aprovechad los fusiles que tenéis en las manos para arrebatar del rico la tierra, las casas, las minas, los barcos, los ferrocarriles, haciendo de todo ello propiedad común para que lo aprovechen por igual hombres y mujeres

Ricardo Flores Magón
(Regeneración, N° 185 del 18 de abril de 1914)

http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/politica/ap1914/17.html

domingo, 6 de septiembre de 2015

Dinamita Cerebral



Si la literatura sólo sirviese para entretener a los desocupados y para hacer reír a los satisfechos, no apreciaríamos el trabajo de un escritor en más de lo que apreciamos las bufonadas de un payaso.

Este nos divierte un momento, mientras que el escritor ejerce una influencia poderosa en nuestra manera de sentir y de pensar. Nada en el mundo produce una impresión tan duradera e influyente como la palabra escrita; y su importancia crece a medida que la industria facilita progresivamente los medios de reproducción y propagación de los papeles impresos.

Todos en la juventud hemos tenido nuestros autores predilectos, que han marcado una orientación decisiva en nuestra vida intelectual, moral y artística.

Terminó el escritor hace años el libro en que puso lo mejor de su personalidad; dedicó luego su atención a otras cosas; tal vez ya murió; pero su libro ha quedado, y personas que él no conoció, personas que no le conocieron, continúan experimentando las emociones que allí grabó su arte, sean de consuelo o de reflexión, de esperanza o de sufrimiento, de bondad o de horror.

Se realiza en esto como una especie de transmisión de herencia, para optar a la cual no se requieren derechos de primogenitura, sino afán de saber y capacidad para comprender. Jamás ningún otro legado se repartió con mayor justicia ni dio a los herederos más preciosas riquezas.

Hubo siempre artistas y escritores asalariados y tuvieron sus defensores en el mundo de las letras todas las regresiones de la historia y todas las violencias, maldades y suciedades; pero, por fortuna, nunca las meretrices de la inteligencia llegaron a las alturas del arte sublime de los grandes maestros; porque si también los mercenarios pueden dominar la técnica y pulir las expresiones, en cambio tienen vedado el noble arranque de la espontaneidad y les falta la grandeza del pensamiento que es bello porque es verdadero y que llega al corazón porque es hermosamente humano.

Aquellos mismos cuya lozana juventud floreció en bellezas literarias pletóricas de vida y de pasión, apenas pudieron producir obras amaneradas y sin fondo cuando, después de haber aceptado el plato de lentejas, quisieron agradar a los poderosos y justificar su lastimosa caída desde las cumbres de los ideales al lodazal de las villanas conveniencias.

No reina el servilismo en aquellas alturas. La inteligencia del hombre naturalmente busca la verdad y el corazón espontáneamente se dirige al bien. Así se explican los preciosos y constantes servicios de la literatura en pro de los más sublimes ideales de la humanidad.

Esto no es decir que los grandes artistas, pensadores y escritores de diferentes épocas y países tengan todos el mismo credo, profesen iguales doctrinas o pertenezcan al mismo partido, ni mucho menos.

Léanse los nombres de los autores que se han reunido en este libro y se verá que muchos van por caminos diferentes, que tal vez sean contrarios entre sí; pero todos se encuentran en la alta cima. Hay algo que está en todos y más alto que todos.

Cada uno tendrá sus opiniones y su particular historia; sin embargo, todos convienen, más que en el pensamiento, en el sentimiento, en lo profundamente humano. Concuerdan todos en la protesta contra la injusticia.

Se ha coleccionado en este volumen un pequeño número de cuentos como podrían reunirse docenas y centenares de magníficas obras literarias que justificarían más y más el título de DINAMITA CEREBRAL, inventado por José Llunas, antiguo internacional y editor del semanario catalán La Tramontana, como oposición a la violencia sistemática de los dinamiteros.

El arte es revolucionario, el pensamiento es revolucionario, el corazón del hombre es revolucionario; y así será mientras la tiranía sea monstruosa, mientras se funde en el error y mientras sus obras sean malvadas e injustas, que es como decir mientras la tiranía exista en cualquiera de sus formas. Si en algo han contribuido a la gran obra de la emancipación integral humana y al esclarecimiento de las conciencias, quedarán satisfechos los que publican este libro buscando más la divulgación de las ideas que los materiales beneficios.

Juan Mir  (Prólogo original 1913)

Contenido:
1. ¡Sin trabajo! (Émile Zola)
2. Los dos hacendados (Magdalena Vernet)
3. El culto de la verdad (A. Strindberg)
4. El nido de águila (Henrik Pontoppidan)
5. El hurto (F. Pí y Margall)
6. El Cuervo (Pi y Arsuaga) 7. Escrúpulos (Octavio Mirbeau)
8. El Ogro (Ricardo Mella)
9. El Central Consuelo (Ramiro de Maeztu)
10. La Prehistoria (J. Martínez Ruiz Azorín)
11. La Justicia (Carlos Malato)
12. ¿Será eterna la injusticia? (Anselmo Lorenzo)
13. La Justiciera (Bernard Lazare)
14. Coloquio con la vida (Máximo Gorki)
15. Un cuento de año nuevo (Anatole France)
16. — In vino veritas (José Prat)
17. La casa vieja (F. Domela Nieuwenhuis)
18. El asunto Barbizette (Jacobo Constant)
19. Matrimonios (Julio Camba)
20. Jesucristo en Fornos (Julio Burell)
21. La Gloria Militar (Alfonso Kan)
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